Un investigador de la Universidad de Yale (EE.UU), Gordon Shepherd, ha dado vida al concepto ‘neuroenología’, que trata de explicar que es el cerebro el que crea la sensación del sabor del vino.
Según explica Shepherd, esto no sólo es exclusivo en este producto, sino que se puede aplicar a cualquier alimento o bebida. El investigador afirma que las moléculas del vino no tienen ni sabor ni olor, sino que se crea cuando se estimulan en nuestro cerebro.
Este proceso funcionaría a través de tres vías: La vía visual, es decir, la información que nos aporta el color y la estructura del vino; la olfativa, por la circulación del aire entre la nariz y la boca; y la gustativa, por la circulación del líquido por la cavidad bucal.
Shepherd explica que «la cadena de receptores sensoriales que se activan al beber una copa de vino es inmensa, incluso mayor que en otras actividades. Toda la información que recogen estos receptores se envía al cerebro, donde se crea la sensación de sabor y aroma».
Cuando todos estos receptores trabajan al unísono crean la percepción del olor y el sabor del vino que recibimos, contribuyendo así a crear esa sensación tan placentera que sentimos cuando estamos ante un vino de calidad o la insatisfacción cuando el vino no es de calidad. Así lo asegura este neurólogo, que aún sigue estudiando esta información y realizando más pruebas y experimentos para adquirir unos resultados más concluyentes.
Por su parte, el neuromarketing es la ciencia que aplica los métodos neurocientíficos para tratar de comprender el comportamiento humano respecto al mercado. Se ha demostrado que los beneficios que aporta la psicología al conocimiento de la conducta humana y al mundo empresarial son numerosos.
De hecho, esta ciencia no es realmente novedosa, ya que mucho antes, otros autores como Ralph I. Allison y Keneth P. publicaron en 1964 un estudio que trataba de explicar la identificación de la marca de diversas cervezas sobre las percepciones del sabor de las mismas. O Krugman, que en el año 1965 publicaba el estudio ‘Brain wave measures of media involvement’, en el que midió las ondas cerebrales y el movimiento de los ojos en respuesta a determinados anuncios.
En el mundo del vino el neuromarketing también tiene mucho que enseñarnos
El cerebo humano se compone por tres grandes partes: El neocortex, que toma las decisiones más racionales, el cerebro intermedio, muy influido por las emociones y los sentimientos, y el reptiliano, que además de ser el más viejo es el que recopila la información de las otras partes y da lugar a la toma de decisiones finales.
Este cerebro reptiliano, que tiene más de 450 millones de años, trata de evitar el dolor a toda consta, por lo que se centra en el ahorro de energía cerebral y en evitar los cambios, por lo que no es muy amigo de innovar.
En este sentido, es importante tener en cuenta que el lenguaje escrito, mucho más reciente en la evolución humana, tiene menos fuerza que los sonidos, los sabores o las imágenes, que siempre tendrán más fuerza en el cerebro que las palabras escritas.
Este hecho debe plasmarse en la creación de nuevas etiquetas, páginas webs e incluso en las estrategias de redes sociales de los vinos, dado que el estado emocional de las personas influye, y mucho, en la percepción de los sabores, el placer y la valoración final de los vinos.
Según un estudio publicado en la American Association of Wine Enonomists, por los autores Goldstein, Almenberg, Dreber, Emerson, et cols. 2008, el placer que se obtiene al consumir un vino depende tanto de sus cualidades intrínsecas (sabor y aroma) como de aspectos externos (Precio y presentación).
Por otra parte, un estudio realizado por Hilke Plassmann, John O´Doherty, Baba Shiv y Antonio Rangel, mostró que el precio del vino incrementa las valoraciones del placer que se producen al saborearlo, así como la actividad de los niveles de oxígeno en sangre en la zona medial orbifronatal del cortex, el área del cerebro que codifica las experiencias placenteras durante las tareas experimentales.